Alfonso XIII a Barcelona: la inauguració de la Via Laietana

Arribada del rei Alfonso XIII a la plaça de Sant Sebastià per inaugurar la Reforma. (10.03.1908)
Foto: D'un diari anglès de l'època.


Aquest article recupera la crònica de la visita del rei Alfonso XIII a Barcelona el 10 de març de 1908, amb motiu de la inauguració de la reforma de la Via Laietana. La narració descriu l’entusiasme popular, la decoració dels carrers i la participació ciutadana, oferint una mirada detallada a un moment clau en la història urbana i social de la ciutat.

"No anduvimos, equivocados en nuestros augurios de ayer. La llegada del Rey a Barcelona vino a desvanecer en un momento todas las inquietudes que se habían empeñado en esparcir los que se aprovechan de cualquier ocasión para cultivar la nota sensacional y mantener sobre esta ciudad la atmósfera del terrorismo.

Llegó el Jefe del Estado, llegó el señor Maura; y el vecindario de Barcelona les recibió con la más afectuosa cortesía, esforzándose todos para que ese acto, que había atraído las miradas del mundo entero, sirviese de rotunda rectificación a las profecías que con tanta persistencia se venían propalando. En honor de la verdad hay que hacer constar que a ese resultado contribuyeron todos los elementos, sin discrepancia alguna, cada cual dentro de la norma que sus respectivas convicciones les imponían: de adhesión en unos, de correcto acatamiento en otros, de respetuosa abstención en aquellos que rinden culto al ideal republicano. 

Lo que resultó inequívoco y no puede ser falsificado en manera alguna es el general deseo de que ninguna nota desagradable turbara la solemnidad de la recepción ni el júbilo de Barcelona, por el comienzo de su reforma. En este anhelo se unieron todos los barceloneses, por encima de sus compromisos de consecuencia y de partido. Y a la fuerza activa del sentimiento dinástico en quienes lo tienen firme y arraigado, se sumó la compostura, irreprochable de todos los demás y aún la curiosidad activa que comunicó al día de ayer un aspecto a la vez animado y solemne.

Nos congratulamos, pues, del espectáculo que ayer ofreció Barcelona y de que el Rey, el gobierno y los representantes de naciones amigas pudieran presenciarlo como desquite de los presagios, calumniosos para esta, población, en nombre de los cuales se combatía el viaje del monarca. 

Y ahora pasemos a reseñar la memorable jornada. 

Antes de la llegada

Entre siete y ocho de ayer mañana, empezó a notarse en las Ramblas, plaza de Cataluña, paseo de Gracia y demás calles céntricas, inusitado movimiento, y extraordinaria animación, precursores de los preparativos que realizaban la mayoría de los habitantes de esta ciudad para recibir dignamente al ilustre huésped que iba a honrarnos con su visita, si grata siempre por la alta significación del Supremo jefe del Estado, muchísimo más en las actuales circunstancias por afianzar la tranquilidad de los espíritus y contribuir a desvanecer una leyenda tan generalizada como perjudicial a esta ciudad.

Un día espléndido, de temperatura apacible, con un cielo azul ligeramente velado por tenues nubecillas que no privaban el paso de los rayos solares y que fueron desapareciendo a medida que avanzaba el día, constituyó soberbio marco al animado cuadro que ofrecían las calles de nuestra capital.

Casi todas las casas de las Ramblas y demás calles del trayecto tenían los balcones adornados con colgaduras, habiéndose visto pocas veces en Barcelona tanta unanimidad entre sus vecinos, en exteriorizar el entusiasmo y satisfacción que les producía la regia visita.

Los tranvías de la Compañía anónima iban adornados con banderas y los de la General adornados con follaje y flores; todos llegaban atestados de pasajeros que se dirigían al apeadero a esperar al monarca.

A las ocho y veinte comenzaron a salir de los cuarteles las tropas que debían formar en la carrera; la Rambla ofreció entonces un aspecto admirable; los balcones de todas las casas adornados con ricos tapices y vistosos damascos estaban llenos de espectadores, entre los que abundaban distinguidas y elegantes señoras; por el paseo central, entre las dos filas de guardias civiles, de gran gala; que debían cubrir la carrera, transitaba numerosa concurrencia cuya mancha oscura aparecía a veces momentáneamente, interrumpida por los reflejos de dorados y vistosos uniformes, mientras que por el arroyo central subían al son de trompetas y clarines los regimientos de artillería y caballería y desfilaban por el otro los batallones de cazadores, y regimientos de línea que al compás de airosas marchas se dirigían a ocupar su puesto designado de antemano, en las Ramblas.

A dicha hora acudieron también a la plaza de Cataluña los automóviles que debían formar calle en el paseo diagonal de la misma, al paso de la comitiva regia,

En el paseo de Gracia reinaba igual animación y mayor si cabe, delante del apeadero, donde un gran gentío se estrujaba para ver a las autoridades y corporaciones que continuamente iban llegando. 

Frente a dicho edificio, guardias municipales de a pie y a caballo y algunos agentes de seguridad cuidaban de mantener un buen espacio libre para que no se produjesen confusiones a la llegada de Don Alfonso.

El capitán general, señor Linares, con su Estado mayor se situó a la plazoleta junto al arroyo izquierdo de la calle de Aragón, formando ángulo recto con el apeadero; a su lado se colocó un nutrido grupo de estudiantes que llevaba una bandera y enfrente la sección de agentes de seguridad ciclistas, ocho de Madrid y seis de esta ciudad que debían acompañar al coche regio. 

En el apeadero

La sala de viajeros se hallaba alfombrada, pendiendo terciopelos de los muros, sobre los cuales destacaban guirnaldas de flores y macizos de plantas, lo propio que en la escalera que conduce al andén. Desde media hora antes de la anunciada para la llegada del tren real, fue acudiendo numeroso concurso, hasta el extremo de que llegó un instante en que era dificilísimo dar un paso. Tal era el número de representantes de corporaciones y sociedades allí reunidas. Imposible es dar cuenta minuciosa de todos. 

A las nueve en punto sonó una corneta de órdenes, anunciando que el tren se acercaba, y a los pocos segundos aparecía éste, deteniéndose cerca del salón de espera. Todas las miradas convergieron en búsqueda del vagón en que venía el augusto viajero, el cual, con uniforme de capitán general en campaña, saludaba sonriente desde una de las ventanillas del vagón que ocupaba. 

Vivas y aplausos se confundieron con la marcha real que entonó la banda de la compañía de Mérida, encargada de rendir los honores.

Descendió el primero el Rey, y entonces creció la manifestación de simpatía que le tributaron los reunidos en el andén. Tras Don Alfonso XIII bajó el señor Maura. 

El alcalde y el cardenal dieron la bienvenida al monarca. Luego entre aplausos y vivas, se dirigió S. M., que iba saludando militarmente al paso, a tornar la escalera para ascender al paseo de Gracia.

Del apeadero a la Merced 

A las nueve y cinco minutos salió Don Alfonso del apeadero; al aparecer en el umbral de la puerta resonó un atronador "Viva el Rey", proferido por millares de voces y seguido de estruendosos aplausos, que se prolongaron largo rato. 

El entusiasmo producido por la presencia del joven monarca fue indescriptible; los vivas y aclamaciones se sucedían sin cesar, aumentando la animación del cuadro el volear de los pañuelos, con que el gran número de señoras que ocupaban los balcones de las casas próximas al apeadero saludaban a Don Alfonso. Inmediatamente se organizó la comitiva.

El paso de la regia comitiva por el paseo de Gracia fue una serie continuada de vivas y aclamaciones, dados por el numeroso público que ocupaba ambos paseos y por la distinguida concurrencia que llenaba por completo los balcones de las casas.

En el paseo diagonal que cruza la plaza de Cataluña, había, como dijimos, dos filas de automóviles, en número de más de 60, ocupados todos ellos por familias conocidísimas en esta capital, las cuáles al pasar la comitiva regia tributaron al monarca una cariñosa y entusiasta ovación.

Los vítores y aplausos se sucedieron en las Ramblas y en las calles del Dormitorio de San Francisco y Ancha, hasta la llegada del Rey a la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

En todas ellas hubo mucha concurrencia, presentando soberbio aspecto, con todas las casas adornadas y los balcones rebosando gente. 

Don Alfonso, visiblemente complacido por las continuas muestras de respeto y entusiasmo que le tributaban durante el trayecto, saludaba afectuosamente al público que se apiñaba al paso del coche regio. 

En resumen, el recibimiento de ayer resultó absolutamente satisfactorio, y con él se han desvanecido los injustificados pesimismos de que algunos dieron muestra al anunciarse el viaje regio; el pueblo de Barcelona ha demostrado una vez más el respeto y consideración que le inspira el joven monarca, jefe supremo del Estado, y el agradecimiento que siente ante las pruebas de su interés por todo lo que con esta ciudad se relaciona. 

En la Merced 

Desde primeras horas de la mañana la animación por la calle Ancha y cercanías da la iglesia de Nuestra Señora de la Merced era grande. 

No solamente la vía pública, sino también los balcones estaban atestados de gente, abundando el bello sexo. 

Casi todos los balcones lucían colgaduras. 

La vigilancia, tanto en el exterior como en el interior del templo, era mucha.

Todos los detalles del religioso acto estuvieron organizados con mucho orden. 

El número de invitaciones era muy limitado, y la entrada en el templo era por rigurosa invitación. Esto hizo que no hubiese aglomeración y que marchara todo como una seda. La iglesia se hallaba iluminada y adornada con ricos tapices. El templo estaba lleno de invitados.

A las nueve y cuarenta y cinco minutos los vivas y aplausos de la muchedumbre y un repique de campanas anunciaban la proximidad de la comitiva regia a la iglesia. 

El Rey y los que le acompañaban oraron breves momentos ante la imagen de la Virgen y la adoraron. 

Después de la adoración, a los acordes de la Marcha Real ejecutada por el órgano, fue acompañado Don Alfonso, hasta la puerta, desde donde se dirigió a la Capitanía general."

Article publicat a La Vanguardia. 11 de març de 1908.


Els carros de la Societat Foment d'Obres i Construccions que porten les eines per a començar els treballs de demolició per a realitzar la Via Laietana el dia de la cerimònia inaugural.  Al seu pas per la Gran Via cantonada passeig de Gràcia.(10.03.1908) Autor: Adolf Mas Ginestà - AMB

Els carros de la Societat Foment d'Obres i Construccions que porten les eines per a començar els treballs de demolició per a realitzar la Via Laietana el dia de la cerimònia inaugural. Al seu pas per la Gran Via cantonada passeig de Gràcia.(10.03.1908) Autor: Adolf Mas Ginestà - AMB

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